A menudo escucho clientes que quieren abordar la transformación digital como si fuera pasar por una puerta dimensional; como si al otro lado todo fuera mejor, la panacea a todos nuestros problemas. No en pocas ocasiones he presenciado conversaciones apostando por una u otra tecnología emulando al vecino de turno, porque no se puede ser menos, claro.

La transformación digital no ha llegado de repente, no empieza y acaba. El adulto que soy fue niño en los 80 y esperó pacientemente en muchas tardes de domingo cómo el juego de ordenador en casete se cargaba acompañado de un sonido ensordecedor y en el mejor de los casos no se colgaba en el último momento.

El torrente de la digitalización discurre como un flujo continuo, cada vez con mayor presencia en las decisiones estratégicas de las compañías y cada vez más protagonistas también en nuestras vidas en general, en la de nuestras hijas e hijos, nuestros padres, y sí, también en el vecino de turno.

Las compañías, como sistema vivo que son, requieren del cambio continuo para su desarrollo y la transformación digital es el soporte sobre el que vertebrar esta evolución en este momento que vivimos como sociedad. Es cuestión de supervivencia, es cuestión de crecimiento pero también de sostenibilidad. Es cuestión de adaptabilidad.

Pero, ojo, las iniciativas de cambio que de manera alineada con la estrategia de la compañía pasan por la ejecución de proyectos tecnológicos deben ser gestionadas como algo más que meramente proyectos tecnológicos. Soy de la opinión que somos personas configurando tecnología para que otras la usen y a veces esto se nos pasa.

Bajo mi punto de vista, las iniciativas de cambio articuladas mediante proyectos de transformación digital tienen más implicaciones en las personas que forman la organización que en la propia infraestructura TI de la compañía.

Cualquier cambio en la manera de trabajar, cualquier nuevo sistema a utilizar, cualquier nueva normativa de seguridad a seguir, cualquier nuevo proceso corporativo a operar… en definitiva, cualquier nuevo desafío que me suponga salir de mi zona de confort me empujará a través del cambio, quiera o no.

Está más que manida la expresión de que el activo más importante de toda compañía es el capital humano. Sin embargo, nos embarcamos en grandes proyectos de transformación digital, en ocasiones con menos orientación a Negocio de la que debiera o con decisiones a veces tomadas algo a la ligera, poniéndonos la organización a la espalda y gestionando estos proyectos desde el punto de vista tecnológico. Error.

Cualquier cambio organizacional, como dice Alfred Maeso en su libro “re-evolución”, será tal como sean los cambios por los que transiten cada una de las personas que forman la organización. No lo olvidemos, seguimos siendo el capital más importante, ¿recuerdas?

Por eso, asumiendo que el desarrollo de las compañías en la búsqueda de satisfacer sus objetivos estratégicos pasa por un flujo continuo de cambio con cada vez más base en lo tecnológico y sin lugar a dudas con una incuestionable base en lo humano, ¿porqué no poner más foco y más energía en acompañar este cambio continuo?

Animo a las compañías a introducir la Gestión del Cambio Organizacional como práctica habitual de gestión en sus empresas que habiliten profesionales a facilitar los cambios, a asegurar que el tránsito de las personas sea debidamente acompañado, a que los proyectos tecnológicos sean coherentes y redunden en valor para la compañía de modo que, tras cada pequeño cambio, la organización madure y esté más preparada para el siguiente cambio, tanto desde el punto de vista de los individuos que la componen como en sí misma como sistema vivo que es.

 

Alberto Sánchez
Director IT Governance & Change Practitioner
Grupo Econocom